La Yuki-Onna se describe como una mujer, alta y de extrema belleza, dicen que su piel es pálida llegando a ser casi transparente, la palidez de su piel le ayuda a camuflarse con el paisaje nevado ya que solo aparece durante los meses de invierno. Normalmente se la puede ver vestida con un kimono blanco o desnuda completamente.
- En algunos libros describen a la Yuki-Onna como un súcubo que busca a hombres en medio de las heladas del invierno, para robarles su energía vital.- En otros hablan de un ser sanguinario que se dedica a congelar a todas las personas que se pierden en las montañas.- Se dice en algunas leyendas que interrumpe en las casas por las nochestirando abajo la puerta con una fuerte ventisca y congela a todo el que se encuentra dentro.- Algunas veces se aparece con un niño entre los brazos para engañar a los excursionistas, quienes de buena fe se acercan para ayudar y acaban congelados por el aliento de la Yuki-Onna.
La leyenda de Yuki Onna:
Hace
mucho tiempo, vivían solos en una lejana montaña el cazador Mosaku y su hijo
Minokichi. Mosaku era viudo, su esposa había fallecido años atrás, cuando
Minokichi era aún un niño. En invierno, padre e hijo salían diariamente a cazar
zorros, ciervos y osos, para vender sus pieles en la ciudad.
Cierta
mañana, muy de madrugada, Mosaku y Minokichi salieron al monte, pero no
lograron cazar ninguna pieza. No perdieron la esperanza y siguieron recorriendo
el monte hasta que se hizo de noche, en ese momento empezó a nevar
intensamente, con un viento tan frío e intenso que les impedía tenerse en pie.
A duras penas lograron guarecerse en un pequeño refugio cercano. En la modesta
cabaña pudieron encender fuego, calentarse y reponer fuerzas. Mientras comían,
hablaron de diversos temas, hasta que en cierto momento el padre dijo:
-
Minokichi, hijo mío, yo soy viejo y tú tienes ya 20 años, y desde que murió tu
madre estamos muy solos y necesitamos una mujer en casa. Deberías empezar a
pensar en casarte.
Pero
su hijo no le escuchaba, porque se había recostado junto al fuego y ya dormía
profundamente. En vista de aquello, el padre también acabó por dormirse al cabo
de no mucho tiempo, mientras fuera la tempestad de nieve seguía sin cesar.
En
mitad de la noche, el fuerte ruido de la ventisca despertó a Minokichi, que al
levantarse comprobó que el fuego se había apagado. Se disponía a ir a por más
leña para encenderlo de nuevo, cuando de pronto vio de pie junto a la puerta a
una hermosa mujer de tez blanquísima y mirada glacial. Cuando quiso preguntarle
quién era y de dónde venía, Minokichi comprobó horrorizado que no le salía la
voz, como si una gran piedra le oprimiera el pecho, y que no podía moverse.
La
misteriosa mujer entró en la cabaña, se acercó a Mosaku, que seguía durmiendo,
se inclinó sobre él y le sopló un aire helado que le fue congelando lentamente
hasta dejarle sin vida. Minokichi, entonces, recobró las fuerzas y logró gritar
pidiendo auxilio.
-¡Socorroooo!
¡La Mujer de las Nieves! ¡Auxilio, que alguien me ayude!
Entonces,
la Mujer de las Nieves le dijo a Minokichi, mirándole fijamente:
- A
ti, por esta vez, te perdono la vida, porque aún eres muy joven. Pero te lo
advierto: no le cuentes a nadie lo que acabas de ver, porque si lo haces, te
mataré.
- De
acuerdo - contestó el aterrado joven -, prometo no contárselo a nadie.
Tras
lo cual, la bella y misteriosa mujer desapareció dejando un torbellino de nieve
a su paso.
A la
mañana siguiente, Minokichi trasladó el cuerpo sin vida de su padre. Todo el
pueblo acudió a los funerales, y Minokichi se sintió muy feliz por ser
consolado por todas aquellas humildes gentes. Sin embargo, se sentía culpable
de lo que había pasado, por haber dejado negligentemente que se apagara el
fuego del hogar en una noche tan fría como aquella. El joven estaba
acostumbrado a vivir con su padre, por eso se sintió muy solo y triste al tener
que seguir adelante sin él.
Pasó
el tiempo, y cierto día de tormenta, alguien llamó a la puerta de Minokichi. Al
abrir, vio que se trataba de una bellísima muchacha, empapada y aterida de
frío, que afirmó llamarse Yuki y que le rogó que por favor le permitiera pasar
allí la noche, porque iba de camino a la capital y se había perdido por culpa
de la lluvia. Al principio, Minokichi no lo veía claro, porque no disponía de
una cama que ofrecerle y tampoco tenía nada de comer. Pero la muchacha insistió
en que le permitiera quedarse.
- No
me importa comer poco o nada, y dormiré en el suelo. Pero por favor, déjame
quedarme solamente por esta noche.
Tal
era la insistencia de Yuki, que Minokichi accedió a dejarle pasar la noche
allí. Naturalmente, Minokichi no tardó en quedarse prendado de la hermosa y
dulce muchacha, y le pidió por favor que se casara con él.
Así lo
hicieron. Tuvieron muchos hijos y fueron felices durante muchos años. Minokichi
estaba muy feliz y orgulloso de su esposa, pero había algo en ella que le
extrañaba. Yuki no salía nunca de casa en los días de buen tiempo o de sol.
Pero en cuanto oscurecía, salía fuera con sus hijos para jugar y cantar con
ellos.
Pasaron
varios años. Cierta noche, Yuki estaba zurciendo un kimono mientras fuera caía una nevada terrible, con un fuerte viento que hacía temblar
la destartalada casa. Minokichi estaba recostado, contemplando a su esposa
ensimismada en su labor. De pronto, le dijo:
- Qué
extraño, Yuki. No pareces envejecer nunca, sigues tan guapa como el día que nos
conocimos.
- Qué
va, eso es lo que te parece a ti - dijo ella, sonrojándose.
-
¿Sabes? Acabo de acordarme de una cosa. Cuando era joven, una vez vi a una
mujer tan guapa como tú, que además se te parecía muchísimo.
Yuki
dejó el kimono y escuchó con mucha
atención.
- Yo
tenía veinte años entonces, y recuerdo que había salido a cazar con mi padre
cuando nos sorprendió una tormenta de nieve como la que está cayendo esta
noche. Nos resguardamos en un refugio, y entonces, aquella misma noche, vi a
esa mujer, la Mujer de las Nieves.
En ese
momento, la expresión de Yuki cambió. Su rostro se volvió pálido y su mirada
fría. Se levantó y dijo a Minokichi:
- ¡Me
prometiste que no se lo contarías a nadie! ¡Has roto tu promesa!
-
¡Eres tú! - exclamó entonces Minokichi, aterrorizado. - ¡Tú eres la Mujer de
las Nieves!
- Sí,
soy yo - contestó ella -. Y como has roto tu promesa, ya no puedo seguir
existiendo en forma humana. ¡Qué lástima! Yo quería haber vivido contigo para
siempre, pero ya no va a ser posible.
Mientras
hablaba, Yuki ya se había convertido por completo en la Mujer de las Nieves y
estaba de pie junto a la puerta.
- Te
dije que te mataría si revelabas el secreto - prosiguió -, pero no puedo
hacerlo. No quiero que nuestros hijos, que aún son pequeños, se queden
huérfanos sin que nadie pueda cuidar de ellos. No te voy a matar, pero no
volverás a verme nunca más. Espero que puedas atender bien a los niños. ¡Que
tengas suerte, adiós!
Y,
dejando tras de sí un torbellino de nieve, Yuki desapareció entre la ventisca.
-
¡Yuki, espera! ¡No te vayas! - gritó Minokichi.
-
¿Adónde vas, mamá? - lloriquearon los niños, que se habían despertado y se
habían asomado al exterior. Sus voces se confundieron en medio del fuerte
viento, mientras ella se alejaba para no volver jamás
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